La cordillera Cantábrica y los Pirineos albergan a los escasos osos de la Península। Con desigual aceptación por parte de ganaderos y público. ¿Es posible la concordia?
Berlarmino Fernández quiere al oso, y Antonio Casajús, también; pero éste, cuanto más lejos, mejor। El primero es alcalde de Somiedo, una localidad del occidente asturiano cuyo término municipal contiene un parque natural que es algo así como el Yellowstone español, con 30 osos pardos en unos 300 kilómetros cuadrados. Los habitantes de este pueblo se sienten orgullosos de contar al plantígrado entre sus moradores naturales. Casajús es concejal de Medio Ambiente del pueblo oscense de Echo y secretario de la Asociación Profesional de Ganaderos del Val d'Echo. Sus palabras distan mucho de la sensación que se vive en Somiedo: "La postura de los ganaderos es que no haya más osos aquí porque eso supondría cambiar nuestro modo de vida, retroceder en el tiempo y volver a depender las 24 horas del día del cuidado del rebaño, abandonando nuestra vida social y familiar".Camille es el único ejemplar que con cierta asiduidad visita el valle de Echo. Es decir, que tenemos un solo oso (en ocasiones se suman Aspe Ouest y Neré, nombres que delatan su mayor apego a la vertiente francesa) que merodea en más de 600 kilómetros cuadrados (añadidos otros valles oscenses y el del Roncal en Navarra) frente a los 30 que recorren los 300 kilómetros cuadrados de Somiedo. Es la gran contradicción que se percibe en la cohabitación entre la especie y el entorno rural en las dos áreas en las que se distribuye, la cordillera Cantábrica y los Pirineos. En esta última cadena montañosa, mucho más extensa que la anterior, dan más problemas 20 osos que 130 en la primera.