domingo, 31 de octubre de 2010

La muerte bebe tequila y fuma marihuana

Un culto con millones de seguidores

  • La Santa Muerte no pone reglas: no hay pecados, ni juicios, ni curas.
  • Sus devotos se intercambian curiosos regalos y rezan el rosario juntos.
  • Es rechazado por la Iglesia y tras años de clandestinidad.
  • "¡De a diez, a diez pesos! ¡Cigarros de importación! ¡Escapularios! ¡Flores a diez! ¡La medalla! ¡Botella de mezcal!"... El coro de voces se superpone con una oferta infinita que se amontona en una suerte de mercado callejero, concentrado en no más de 200 metros. Apenas se puede caminar. Cientos de tenderetes y miles de personas ocupan cada centímetro de asfalto. Su mirada ya anuncia que no están allí por curiosidad ni casualidad. Si se baja la vista, se descubre entre sus manos la única razón de todo: la muerte, la Santa Muerte.
    Bienvenidos a Tepito, uno de los barrios menos recomendables del Distrito Federal (el jueves pasado asesinaron a balazos a seis jóvenes). Aquí tras un escaparate de negocio modesto se yergue orgulloso el esqueleto de casi dos metros vestido de dama y santificado por el pueblo. Le han preparado un traje de novia para mañana, su día grande, el de Muertos, que es también su noveno aniversario oficial como uno de los altares más importantes y concurridos de México.
    Mal que le pese a la Iglesia católica, que rechaza este culto, ellos, sus devotos, son cada vez más numerosos (se cuentan por millones en México). Y más visibles después de décadas en la clandestinidad. En un país como éste, donde el 1 y 2 de noviembre son una fiesta para los que se fueron y donde se desayunan cada día con unos cuantos cadáveres, la creciente adoración a la Muerte podría parecer hasta lógica. Pero sorprende, y cómo, asistir a este destino de peregrinación, con cita convocada cada primero de mes. Porque aunque sus fieles seguidores nieguen un lado oscuro, la imagen ofrece una dosis de macabro misterio alimentada por la leyenda de que es la 'virgen' de los narcotraficantes y otros delincuentes.
    "Hay quien dice que es la evolución de divinidades prehispánicas, pero no hay nada demostrado. Yo la primera vez que oí hablar de la Santa Muerte fue en una cárcel hace 15 años", cuenta Alejandro Payá, sociólogo de la Universidad Autónoma de México (UNAM) y estudioso de tan peculiar realidad. "La Santa Muerte está en todos los penales mexicanos. Los presos la veneran y es ahí, en la parte más marginal de la sociedad, donde se enraiza y se refuerza este culto, que responde perfectamente a sus necesidades".
    "Sí, sí puede ser", responde a eso Enriqueta Romero, conocida por todo en Tepito como Queta, la guardiana de la Santa Muerte. De ella es el altar y los cuidados que recibe su "niña blanca", un regalo de unos de sus hijos que no le cabía en casa y que hace nueve años decidió sacar a la calle. "¡Pero que nos dejen en paz con eso! Son libres [los narcos y los delincuentes] de pedirle al santo que quieran. A nosotros no nos importa, Dios sabe lo que hace, no se equivoca, Dios quiere que así estén, bueno pues que así estén. Y si son felices que Dios me los socorra, si son rateros narcotraficantes, prostitutas, que Dios me los bendiga, que me los cuide porque son seres humanos que agarraron ese camino y no podemos decir más".
    Así son las cosas ante la Santa Muerte, "aquí cada uno hace lo que le da su chingada gana, pero con mucho respeto para la señora", zanja Queta, todo un carácter de mexicana. Y en realidad tiene razón porque otra de las cosas que hacen diferente a su venerada del resto del santoral católico es que no pone reglas. No hay pecados, ni jerarquía eclesiástica, ni curas, ni sermones. Le rezan, eso sí, le piden sus milagros y le prometen las 'mandas', lo que harán si se los cumple.