No olvida Marcelino Camacho la locomotora número 531 que, junto a un grupo de ferroviarios, hizo descarrilar en la estación de Osma La Rasa (Soria) para impedir la comunicación de las tropas franquistas con Madrid. Tenía 18 años y eran los primeros meses de la Guerra Civil. Un año antes se había afiliado al PCE. Tras aquel episodio escapó al monte con su padre, guardaagujas y militante de la UGT, para acabar en el Cuerpo de Transmisiones del Ejército republicano.
El histórico líder de Comisiones Obreras, que acaba de recibir un homenaje del sindicato por los 90 años que cumplirá el 21 de enero, vive en el barrio de Carabanchel desde hace 50 años, repartidos entre la desaparecida prisión y su modesto piso, un tercero sin ascensor. Nos recibe con uno de los jerséis de lana como los que tejía Josefina, su mujer, y que llegaron a marcar tendencia.
Tiene el despacho lleno de documentos, recortes, distinciones, libros..., que no deja tocar a Josefina porque si no, asegura, no encuentra nada. Enseña una foto de diputado en el Congreso, otra con los camaradas que más tiempo estuvieron en Carabanchel y otra del Proceso 1001, cuyo juicio "se celebró el día que mataron a Carrero" y en el que fue condenado a 20 años. Su última pena.
En la cárcel se familiarizó con conceptos como plusvalía, capital, lucha de clases..., a los que recurre constantemente. "La existencia de clases hace que el capitalismo se mueva, que los trabajadores se separen", enfatiza. "El pluralismo es bueno y si discrepo con alguien, lo debato", ataja al abordar la división de CC OO. Una desunión que se olvidó en el homenaje, en el que recibió el aliento de compañeros, amigos, simpatizantes, de Zapatero, de Carrillo, de Redondo, de Cuevas, de algún ex ministro...
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